El acusado de enviar paquetes bomba a destacados críticos de Trump, Cesar Sayoc, no se enfrenta al cargo de terrorismo. El tirador Robert Bowers, que mató a once personas en una sinagoga de Pittsburgh, tampoco. ¿Es correcto? Mientras, las primeras informaciones sobre el ataque suicida de este lunes en Túnez lo califican de terrorismo.
Tanto Donald Trump como el fiscal general de Estados Unidos Jeff Sessions eluden hablar de terrorismo cuando hablan de los envíos de Sayoc, cuyas bombas el FBI ha confirmado potencialmente explosivas y hay agentes antiterroristas implicados en la investigación.
Trump y Sessions hablan de «violencia política» o «actos despreciables» y Sessions ha dejado la puerta abierta a variar los cargos que se le imputan, que por el momento incluyen «envío ilegal de correo explosivo» y «amenazas contra antiguos presidentes». El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, sí que habló de «terrorismo» desde el principio.
Sobre el tiroteo que llevó a cabo Robert Bowers en una sinagoga de Pittsburgh en el que dejó 11 fallecidos, el director de seguridad pública de la ciudad, Wendel Hissrich, dijo en una rueda de prensa que la masacre se encuadraba en un delito de odio (lo que puede llevar a la pena de muerte, informó The New York Times). La propia Liga Antidifamación (ADL) -una organización fundada para luchar contra el antisemitismo que ahora también lucha contra otros odios- pidió a las autoridades que lo investigaran como tal, como un delito de odio y no como acto terrorista.
¿Pero cuál es la forma correcta de denominar estos ataques? Uno de los más renombrados investigadores sobre terrorismo de Estados Unidos y referente mundial es Bruce Hoffman, catedrático de la Universidad de Georgetown y director de su Centro de Estudios de Seguridad. Ha dicho a Salam Plan: «Delitos de odio y terrorismo no son mutuamente excluyentes. Son lo mismo, y me desconcierta que se hagan estas distinciones. Ciertamente, tanto los paquetes bomba como el tiroteo de en Pittsburgh son actos de terrorismo, de acuerdo con mi definición”.*
“Los paquetes bomba y el tiroteo en Pittsburgh son actos terroristas”
— Bruce Hoffman, catedrático de Georgetown
Pero no únicamente según su definición. Veamos cómo llega a esa conclusión. La definición de «terrorismo» trae de cabeza a analistas especializados de todo el mundo desde hace décadas. No existe consenso final, pero sí características comunes y un componente esencial que diferencia el atentado de lo que no lo es.
Hoffman reconoce que hay muchas visiones distintas. En su libro Inside Terrorism (Ed. Columbia University Press), cuya tercera edición actualizada se ha publicado en 2017, dedica nada menos que las primeras 44 páginas literalmente a “definir el terrorismo”. Un repaso histórico al fenómeno, surgido con el movimiento anarquista a finales del siglo XIX, demuestra el significado cambiante de la palabra y la forma de llevarlo a cabo. Pero a la vez confiere claridad sobre características mantenidas en el tiempo.
Motivación política o ideológica, imprescindible
Hoffman concluye que para que un acto sea calificado de terrorista hoy en día deben confluir los siguientes aspectos:
- motivaciones y objetivos políticos;
- violento o con amenaza de violencia;
- diseñado para alcanzar grandes repercusiones psicológicas más allá de la víctima u objetivo inmediatos;
- llevado a cabo por una organización “con una cadena de mando identificable o una estructura de célula conspiratoria” o por individuos o un pequeño grupo de ellos inspirados por algún grupo terrorista;
- perpetrado por un grupo “subnacional” o una entidad no estatal.
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Hoffman cita además un detallado estudio llevado a cabo en los años 80 por Alex P. Schmid en el que ese investigador comparó más de 100 definiciones de “terrorismo” en un intento de dar con la definición definitiva. No lo consiguió, pero sí elaboró una lista de los conceptos que más a menudo aparecían como parte de esas definiciones. Los tres más mencionados y coincidentes eran por este orden:
– la violencia o la fuerza (83,5%)
– lo político (65%)
– miedo o enfatización del terror (51%).
Otros conceptos, como “amenaza” o “efectos psicológicos” únicamente aparecían en menos de la mitad de aquellas definiciones, aunque estos dos eran los que seguían en frecuencia a los anteriormente mencionados.
Por lo tanto, el concepto de «violencia política» empleado por Trump y Sessions para referirse a los ataques frustrados de Sayoc, encajan en las características comunes de lo que es terrorismo, según más de 100 definiciones.
Las tres palabras más mencionadas en un centenar de definiciones de terrorismo son «violencia», «político» y «miedo». Por lo tanto, el concepto de «violencia política» empleado por Trump y el fiscal general encajan en el término.
El teniente coronel Manuel González Fernández, profesor analista de geopolítica y el denominado terrorismo ‘yihadista’ en el Instituto Gutiérrez Mellado, sostiene que terrorista es aquel que lleva a cabo “acciones de violencia indiscriminada para modificar o cambiar voluntades políticas, de organizaciones o de las sociedades”. En su opinión es un concepto que se basa más en los objetivos que en las acciones: “Si atacando una mezquita en el contexto actual consigues mayor despliegue policial o miedo de gente de ir a la mezquita, eres terrorista”, explica en sus clases.
González Fernández ofrece otro apunte que ayuda a entender cómo actúan los terroristas: “Nosotros vemos un tablero de ajedrez cuadriculado con limitaciones, mientras ellos ven una tabla rasa. Pueden aparecer en cualquier casilla del tablero”. Coincidide así con Hoffman, que en su libro señala la ausencia de las normas bélicas, pues una guerra convencional debe producirse dentro del respeto a aspectos como: no matar a civiles, respetar a los países y actores neutrales, no tomar rehenes enemigos, dar un tratamiento digno a los prisioneros de guerra… Reglas que, por cierto, se definen de forma similar en el Corán.
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El catedrático de Georgetown reconoce que también en las guerras convencionales se incumplen en ocasiones estas normas, pero señala que en esos casos se califica de “crimen de guerra”. En el caso de los terroristas, incumplen esas normas básicas por sistema, apostilla.
“Nosotros vemos un tablero de ajedrez cuadriculado con limitaciones, mientras ellos ven una tabla rasa. Pueden aparecer en cualquier casilla del tablero”
— Manuel González Fernández, Inst. Gutiérrez Mellado
Rafael Calduch es catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid. Entre sus principales líneas de investigación está el terrorismo internacional. Él define el terrorismo a través de seis condicionantes:
“ 1. Estrategia de relación política basada en
2. (el) uso de la violencia y de las amenazas de violencia por un
3. grupo organizado, con objeto de inducir un
4. sentimiento de terror o de inseguridad extrema en una
5. colectividad humana no beligerante y
6. facilitar así el logro de sus demandas”.
¿Lobos o actores solitarios?
Para Calduch, los denominados “lobos solitarios” cometen actos de terror, pero se trata de “fanáticos que actúan por su cuenta y riesgo” y no los considera terroristas, porque a estos les atribuye una estrategia, con “planificación, táctica y logística”. La diferenciación entre «lobo» (acto no terrorista) y «actor solitario» (en contexto terrorista) se extiende entre los investigadores:
La definición de terrorismo de Hoffman incluye precisamente a los actores solitarios y evita el concepto de “lobo”.
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El teniente González Fernández recuerda que Osama bin Laden ya incitó a la acción solitaria en 1993. Si bien es cierto, que él también redefine a los mediáticamente conocidos como “lobos solitarios” a “coyotes”. González Fernández entiende por “coyote” un actor que sí forma parte de una célula operativa, porque no se autofinancian, ni emplean medios de forma autónoma, ni se radicalizan solos, sino con libros e internet.
Los investigadores sobre terrorismo global del Real Instituto Elcano, Fernando Reinares y Carola García-Calvo, prefieren igualmente hablar de actores solitarios por similares motivos. Lo que queda claro tras las valoraciones de todos estos expertos en terrorismo es que para que un ataque violento pueda ser calificado de “atentado terrorista” tiene que haber una motivación política o ideológica detrás.
Terroristas de Daesh y neonazis
En ello sí hay consenso, por lo que no cualquier ataque masivo contra población civil por parte de un grupo o una persona -como lo fue el de Las Vegas el 1 de octubre de 2017, por ejemplo- puede ser calificado de acto terrorista, incluso aunque el Daesh asegure que se realizó en su nombre (en este caso, el FBI lo desestimó). Aunque sí se sabe que su autor, Stephen Paddock, planificó el ataque, la ausencia conocida de sus motivaciones impide su clasificación como terrorista.
Sí fueron atentados terroristas el cometido por Anders Breivik en Noruega -que con ideología neonazi mató a 77 personas (en su mayoría jóvenes del partido socialista noruego) en julio de 2011- o el de Ali David Sonboly en Múnich en 2016, también con ideología neonazi, al igual que los atentados perpetrados por el autodenominado «Estado Islámico» o seguidores de ese grupo terrorista.
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La profesora emérita de estudios árabes e islámicos de la Universidad de Barcelona, Dolors Bramon, añade una reflexión a este respecto: “Todos los atentados que ha habido últimamente (en Occidente) han tenido dos tipos de reacción: si el autor era de familia europea (no musulmana) en seguida se ha buscado una razón de enfermedad mental, situación rara… Mientras que en cuanto sale el nombre de un musulmán como posible autor de un atentado, ya no hay necesidad de explicarse más”.
«Todos los atentados que ha habido últimamente (en Europa) han tenido dos tipos de reacción: si el autor era de familia europea (no musulmana) en seguida se ha buscado una razón de enfermedad mental»
— Dolors Bramon, profesora emérita de la UB
Así sucedió tanto en el caso de Breivik (el tribunal que lo juzgó acabó desestimando que tuviera una enfermedad mental y cumple condena en la cárcel) como en el de Sonboly (muerto en el atentado). Para Bramon, esto es un signo de la islamofobia implícita en Occidente que se produce ante cada nuevo atentado o ataque masivo y que pide evitar.
* Este artículo se publicó por primera vez en diciembre de 2017. Ha sido actualizado por última vez en octubre de 2018.