La periodista Txell Feixas cuenta en un libro las historias de “heroínas” libanesas y refugiadas de países vecinos que luchan en su día a día contra el machismo universal. Reconoce que ha aprendido mucho de estas mujeres; también de la generosidad de los libaneses con los refugiados, que han llegado a ser el 25% de la población del país.
Cuando Feixas cambió el periodismo económico en España por la información internacional desde el Líbano, al otro extremo del Mediterráneo, notó mariposas en el estómago. Le apetecía hacer un periodismo “más humano, de contacto con la gente, de piel… de pequeñas historias que fueran grandes historias”. Eso ha querido compartir también ahora, con su libro Mujeres Valientes (Ed. Península). En él cuenta las historias de “heroínas anónimas que desmontan los estereotipos de quienes las creen sumisas”, mujeres de Líbano, pero también de otros países de Oriente Próximo y más allá, como Afganistán.
Mujeres como Majd, una emprendedora de Gaza, que dio con una solución doméstica de energía solar para afrontar los cortes de luz diarios en la Franja. O como Diala, una refugiada siria que ha cambiado sus dibujos sobre la guerra por talleres de terapia a través del arte para niños.
La autora y corresponsal reconoce en esta conversación con Salam Plan, que ella misma llegó con sus propios estereotipos sobre cómo sería Líbano y la región, sobre como sería su gente. Líbano es, además, un país peculiar en la zona: tiene la mayor proporción de refugiados per cápita del mundo y 18 religiones oficiales. Después de cinco años con base en Beirut, su capital, Txell Feixas cuenta por teléfono que sobre todo ha aprendido a escuchar más y hablar menos. “Una cura de humildad bien hecha ya me ha tocado”, confiesa.
“Yo aquí me he llevado muchas bofetadas metafóricas de muchos baños de realidad y de humildad”
Con 18 religiones oficiales y cuotas para las principales confesiones en los órganos del poder, el papel de las religiones parece muy presente en Líbano.
Sí, aquí el sistema confesional o sectario, que lo llaman, lo marca absolutamente todo. Solo cuando estás aquí, depende de la religión que tengas, a lo mejor tendrás una mejor posición en el parking de los coches de tu comunidad. O si tienes que ir al hospital, tendrás una mejor o peor habitación.
O te das cuenta, por ejemplo, que en las escuelas hay un cupo de profesores según la religión y a lo mejor hay una baja de un musulmán chií y pueden estar un año con esa baja sufriéndola en la escuela. Pero hasta que no encuentren un musulmán chií para esa baja, no van a poner a un sunni [suníes y chiíes son las dos principales ramas del islam], aunque haya niños que se queden un año sin clase. Es un sistema que lo impregna absolutamente todo.
Esta es una parte que complica también a nivel político. Aquí ahora tienen que formar gobierno y estamos en un eterno limbo de formación [de gobierno] que no llega. Pero también me sorprende cómo lo llevan a nivel de convivencia. Para mí es un sistema, el sectario, que le resta e intoxica al país a la hora de avanzar. Pero a la vez, me sorprende la capacidad que tienen para convivir todos en comparación con otros países vecinos. Esa capacidad de mezclarse, no absolutamente, pero de alguna manera, sí. El respetar al otro en general.
O sea, que aunque haya una religión, con la que tengas preferencia en el párking, para otras cosas sí que hay una convivencia real.
Tú vives aquí en Hamra, como yo, en el denominado barrio árabe y ves una convivencia absoluta. Ves gente de todas estas confesiones paseándose por el mismo barrio. Y a mí eso es lo que me fascina de Beirut, y por extensión del Líbano: cómo han sabido, pese a todo y arrastrando una guerra civil que acabó en el 1991, y lo difícil que se lo ponen los políticos y las élites económicas, que lo han hundido todo… La gente, a nivel de sociedad, son para mí un ejemplo de convivencia y resiliencia.
“En Líbano ha llegado a ser refugiado uno de cada cuatro habitantes. Cuando imagino esta proporción en España, pienso que quizá habríamos acabado con una guerra civil”
Solo son algo más de 5 millones de libaneses, algo más que los ciudadanos de la Comunidad de Madrid. Y el país acoge a más de un millón de refugiados sirios, además de refugiados palestinos o de otros lugares. Según Acnur, tiene la mayor proporción de refugiados per cápita del mundo.
Aquí ha llegado a ser refugiado uno de cada cuatro habitantes; ahora ha bajado un poquitín. Y es una proporción, que cuando yo la imagino en Europa o en España, pienso que quizá habríamos acabado con una guerra civil.
Aquí mucha gente me lo ha tirado en cara; como europea, te ponen roja muchas veces: “No nos deis lecciones, porque vosotros queríais los refugiados como mercancía casi y les poníais cuotas”. Unas cuotas que luego saltaron por los aires, y mira que eran pírricas y ridículas.
Yo aquí me he llevado muchas bofetadas metafóricas de muchos baños de realidad y de humildad.
Es verdad que hay una minoría que sí que es racista, contra los refugiados sirios, contra los refugiados palestinos. Pero viviendo aquí, me he dado cuenta de que es simplemente porque siguen el discurso del odio que impregna el Gobierno. El Gobierno libanés, que nunca ha sabido gobernar y hacer funcionar el país, le va muy bien tener un culpable, que son los refugiados. Y hay una parte de la población que acaba creyéndose esta narrativa, pero -en general- el pueblo libanés es generoso como pocos.
¿Cómo ves la situación de los refugiados allí actualmente? Porque es muy dispar, ¿no? Hay refugiados que tienen un hogar, mal que bien, y hay otros que están lejos de eso.
Pese a ser el país con más refugiados per cápita, no es lo que visualizamos como un campo de refugiados. No es un Grecia, no son campamentos más o menos estructurados. Aquí es ilegal, con lo cual todo está muy desconectado, desorganizado. Si vas a la Becá en la frontera con Siria, son campamentos uno aquí, otro allí, uno más allí… Los servicios básicos escasean muchísimo, porque a las organizaciones les cuesta poner una estructura básica en campamentos tan diseminados.
Por otra parte, tienes a muchos refugiados que hemos invisibilizado, sobre todo en Beirut. Transitan casi como fantasmas y malviven en edificios a medio construir, entre cartones, papeles, bolsas… Realmente, con toda la crisis económica, política y sanitaria, el número de refugiados que te encuentras cuando sales a las calles de Beirut, es tremendo. Refugiados en la más absoluta miseria, pidiendo. Y tristemente, cada vez más niños y niñas pidiendo y trabajando explotados en la calle.
En esta narrativa del Gobierno de ‘el refugiado nos roba’ o ‘el refugiado perjudica al libanés’, acabas viendo que el refugiado -como pasó en España- el refugiado acaba haciendo el trabajo que para nada quiere hacer el libanés. O sea, que al final le necesitan para sobrevivir.
“Son mujeres que no son valientes porque lo decidan, sino porque es la única forma de sobrevivir”
En tu libro Mujeres valientes hablas con mujeres libanesas, refugiadas de países vecinos… y expones que el patriarcado y el feminismo son asuntos universales.
Sí, para mí las mujeres de todos estos países son como gotas malayas, que van agrietando la roca del machismo y del patriarcado que domina la zona. Y eso, gota a gota, una a una, pero con la fuerza colectiva de todas juntas consiguen romper este sistema, desafiarlo. Para mí son mujeres que no son valientes porque lo decidan, sino porque es la única forma de sobrevivir. Y no son feministas, en muchos casos, porque lo escojan, sino para no morir. Son mujeres que no son víctimas, sino supervivientes del machismo.
¿Qué testimonio te ha impactado más?
Me impactó mucho, por el dolor que vi en ella y cómo lo transmitió, Hiyam. Es una chica de la minoría religiosa iraquí de los yazidíes, que con solo 16 años fue secuestrada, vendida, violada por [el autodenominado] Estado Islámico. Vivió cuatro años bajo el terror de esta organización extremista, sufriendo lo inimaginable.
Y ver cómo todo eso lo narraba con una resistencia que para mí era imposible de encajar. Una chiquilla que ahora tiene 21 años, que te cuente todo lo que han hecho, todas las barbaridades… Pero se rompió especialmente y se puso a llorar, no pudiendo continuar con el relato, no cuando me contaba lo de Estado Islámico, sino cuando me contaba cómo su propia comunidad la había repudiado cuando había conseguido escaparse y regresó a su comunidad con una niña.
Y le dijeron: la niña no puede entrar en la comunidad, porque es hija de Estado Islámico. O sea que ya la estás abandonando. Y tuvo que dejarla. Y ella entró, pero la recibieron casi culpándola de lo que había pasado. Muchas de sus compañeras directamente se suicidaban, porque no podían aguantar el dolor de lo vivido. Ella se mantenía viva solo para ser altavoz de este genocidio para que esto no vuelva a pasar. Me pareció de una heroicidad, para mí, imposible de soportar.
De hecho, creo que es la primera entrevista, que al verla llorar a ella, yo lloré un montón. Me rompí, y ella me consoló a mí. Primero me avergoncé de eso. Pero luego me di cuenta, que qué bien que me hubiese pasado, que el periodismo riguroso no está reñido con el periodismo humano.
El primer estereotipo a romper, es: no hay una mujer en el mundo árabe, ¡hay muchas!
Qué historias tan distintas refleja tu libro. Me estoy acordando de la emprendedora gazatí de veintipocos años, que tuvo una idea para proporcionar luz sin tener que depender de los cortes de suministro.
Quien mejor ejemplifica, creo, esta idea de Mujeres Valientes creo que es Majd. Es una chica incombustible, como sus cajitas de energía solar. Es energética, es brillante. Es una chica que rompe todos los estereotipos que ponemos en las mujeres en el mundo árabe. Primero, que visualicemos una mujer en el mundo árabe, ¡y hay muchas mujeres! El primer estereotipo a romper, es: no hay una mujer en el mundo árabe, hay muchas. Y no hay la que muchos imaginamos: velada, sumisa, pasiva, sin formación… Las hay y las hay que no. Las hay muy formadas, como Majd.
Era el ejemplo, que a veces a mucha gente le cuesta visualizar: cómo una chica velada puede ser feminista y defender los derechos de las mujeres. Majd lo hacía sobre el terreno y para mí también fue una lección de vida y un baño de realidad verlo. Creo que en ella se concentran todos los estereotipos [a la inversa] que se pueden tener, y yo tenía algunos sobre la mujer en esta región. Cuando conoces a Majd, se te van de la cabeza.
¿Con qué lección te quedas?
Escuchar. Escucho mucho más que hablo. Y no juzgo para nada. Y basta ya de pensar que nosotras vamos a salvar esta región. Primero nos salvamos en Occidente, si acaso, y luego aprender de los dos lados del Mediterráneo. Una cura de humildad bien hecha ya me ha tocado [ríe].
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