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Sonia Moreno, corresponsal en Marruecos: “Nos parecemos mucho más a los marroquíes que a los británicos”

La periodista Sonia Moreno, en el mausoleo de la Torre de Hassan en Rabat. Foto cedida

La periodista Sonia Moreno estaba “harta de hacer todo por teléfono y sin salir a la calle”, cuando un golpe de suerte hace más de una década hizo que se pudiera quedar a cumplir su sueño en Marruecos. También ha informado desde Argelia o Túnez. Es corresponsal de la cadena SER y colabora con el diario El Español y la sección Desalambre de eldiario.es. Su trabajo le ha merecido premios, pero también sufre insultos y amenazas en redes sociales.

Le fascina el país vecino, donde durante un tiempo combinó el periodismo con su labor como docente de español como lengua extranjera. Comparte en esta entrevista sus mejores experiencias, sus lugares preferidos para disfrutar de Marruecos y también alguna crítica al sistema. Moreno dice que hoy entiende mucho mejor a los marroquíes y se siente también parte de su cultura. “Muchas veces digo que estoy marroquinizada”, comenta.

Salam Plan inicia aquí una serie de entrevistas a corresponsales españoles en países de mayoría islámica para ofrecer un punto de vista distinto, centrado en lo positivo que la fuerza de las noticias diarias a menudo relega a un plano invisible. Pero a la vez con la libertad de que el periodista entrevistado ofrezca su punto de vista sobre un país que conoce bien. El prisma del corresponsal.

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¿Cómo y por qué llegó a Marruecos?

Estaba harta de hacer todo por teléfono y sin salir a la calle. Y siempre quise trabajar en el extranjero. Quería irme con libertad para poder moverme, no montar un despacho en Rabat y estar como en Madrid. Hice el máster de español como lengua extranjera en el Instituto Cervantes y el segundo año tenía que hacer prácticas fuera.

Elegí Marruecos. Siempre me había atraído, igual que me atrae la India. Y África. Era junio de 2010. Hice las prácticas y dio la casualidad de que estaban buscando un profesor de español para el próximo curso. Dije: “Vale, pero lo hago para trabajar como periodista”.

Cubrí el 20F [el 20 de febrero de 2011 se considera en inicio de la revuelta en Marruecos en el marco de la denominada ‘Primavera Árabe’]. Todo lo que vino en 2011 lo escribí con pseudónimo.

¿Por qué?

En 2018 dejé todas las clases… Pero en esos 8 años no podía tener mucha presencia en las redes, porque como era profesora y era muy sensible el tema en Marruecos y se puede malinterpretar… Cubrí los asesinatos de El Tarajal, la muerte de los inmigrantes desde Rabat, el atentado de Marrakech… y daba clases [al mismo tiempo]. Desde 2018 estoy dedicada plenamente y tengo la opción de ir a los sitios. Estudié periodismo para ser reportera.

“Los marroquíes tienen la misma cultura de la familia, del hospedaje, de la calle”

¿Qué fue lo que más le llamó la atención al llegar?

Mi historia con Marruecos es fortísima. Con mi primer sueldo [en España], al llegar el verano, dije: “Me voy a Marruecos”. Pero mi mejor amiga de la carrera me dijo que hacía un calor terrible, que a las 11 ya están en casa… un montón de cosas que no son así, pero ella había ido más joven y había estado en el desierto. Me había comprado la guía, pero al final me fui de Interraíl [por Europa].

A Marruecos no fui hasta 2007. Ese verano fui con amigos, por toda la costa: desde Rabat hasta Sidi Ifni. Cuando en 2010 me fui a hacer las prácticas, no sabía que me iba a quedar a vivir. Siempre he dicho que menos mal que me fui a vivir en 2010 a Marruecos, porque [antes] me habría arruinado. Yo era muy caprichosa y me compraba muchas cosas. Me gustan mucho la decoración y las lámparas marroquíes.

En 2007 me sorprendieron los tajines en la carretera, era barato y comíamos superbién. También la amabilidad. Cuando ibas a casa de los amigos, en la medina de Rabat, con gente muy humilde, intentaban hablar contigo [ni yo sabía dariya -árabe marroquí- entonces ni ellos, inglés] y enseñarte. Se venían todos los familiares a la casa, te traían regalos y no te conocían.

Una vez que vivo ahí, veo que no hay tanta diferencia con los españoles. Tienen la misma cultura de la familia, del hospedaje, de la calle… Nos parecemos mucho más los españoles a los marroquíes que a los británicos [Sonia vivió en Reino Unido dos años]. Aunque hubo malos entendidos socioculturales cuando llegué.

¿Qué malos entendidos?

Había tenido una cena en casa y, para no olvidarme, puse la basura fuera en el felpudo. Me quedaban 10 minutos para salir. Mi vecino salió con su niño y me empezó a gritar en dariya, pero no le entendía [ahora ya sí sé algo de dariya]. Hice un gesto de amabilidad.

Pregunté al portero, que hablaba español y me preguntó: “¿Había una botella de vino dentro o de alcohol? Es por eso. Tienes que envolverla en papel de periódico y tirarla”. Cuando vas a comprar compresas, te las envuelven en papel de periódico y te lo dan. Lo entiendo, tienen su cultura, él está educando a su hijo. Fue ofensivo para esta cultura o para esta persona concreta.

“En Alhucemas me siento como en casa”

¿Cuál es la experiencia más bonita que ha vivido en Marruecos?

De los viajes siempre te acuerdas. El primer coche de alquiler. Bajé yo conduciendo hasta el Valle de las Rosas. Conocí toda la parte sur, que es muy diferente: más árida, las casas son de adobe, la comida es distinta, hay carreteras largas y largas y rectas…

Y mis primeros viajes a Alhucemas, con el cineasta Tarek Idrissi, mi mejor amigo. Fui a la fiesta por el nacimiento de su hija. Hay algo que me une a Alhucemas, es gente muy noble, van de frente. Tengo amistad con mucha gente ahí. Es un sitio agreste, pero hay chiringuitos en la playa, el modo de vida es como hippie, me gusta. El parque de Alhucemas es una maravilla, con una de las mezquitas más antiguas. Es gente que no juzga, que te acoge y te acepta como eres. Alhucemas es precioso. Yo me siento como en casa. Mi pueblo preferido es Assilah. Ahora ya tiene aeropuerto también, están arreglando carreteras.

Las personas del Hirak [las protestas del Movimiento del Rif que comenzaron en Alhucemas en 2016] quería mejoras; a mí nunca me han dicho que quisieran independencia. En Marruecos, hay zonas muy pobres… Hay muchas desigualdades.

¿Qué es lo que más le gusta de la oferta cultural del país?

Ha ganado mucho. Hay varios cines en Rabat, abrieron el Renaissance con teatro de improvisación y grupos de música, jazz sessions. En los bares siempre hay música en vivo, de música africana. Es una manera muy diferente de ocio a España. Allí todo son restaurantes, porque estás bailando o tomando algo y la gente está sentada cenando y se levanta a bailar. Puedes pedir una botella [de alcohol] entre todos. La bebida está unida a la comida.

¿Cómo funciona el tema del alcohol en los restaurantes?

En los que venden alcohol, no hay problema. Cuando va a ser el Día del Profeta [en el que en Marruecos se conmemora su nacimiento], dos o tres días antes dejan de dar alcohol. En un sitio en Ramadán nos pusieron una cortina y fuimos también con dos amigas marroquíes [musulmanas], que en Ramadán no beben. Nos separaron con una tela y comimos para un lado. Entonces yo dije que no quería beber, por respeto. En Ramadán es multa o cárcel.

¿Qué es lo que más le gusta de la gente en Marruecos?

Te dan todo. [Cuando me han acogido en casas mientras cubría alguna información,] yo les daba lo que me costaba un hotel cada día, pero no me lo querían aceptar. Lo he hecho en varias ocasiones, y la verdad: es una manera importante de conocer la cultura también. Desde luego desde el Hilton no es lo mismo.

Los periodistas estamos mejor reconocidos que en España. Te acogen. [Es] la hospitalidad [de] la gente más pobre y rural.

“Todo tiene relación con la música en Marruecos. Mi sitio es Al Yacoute, que está en Rabat, un pub con música del África subsahariana en directo”

Recomiéndenos un lugar de la geografía marroquí que la enamore.

Alhucemas. Ha cambiado mucho. Ahora está un poco triste. Se ha vaciado. A los funcionarios les han trasladado a Tánger. Los pescadores se han ido porque el atún negro rompe las redes. Hay muchos migrantes. Es un lugar donde había mucha gente joven. Se ha quedado muy vacío. Es un paraíso natural: las playas, el mar, la comida. En el puerto puedes elegir el pescado que quieras.

Assilah tiene una medina preciosa y muy accesible, al lado de Tánger. Toda la costa norte tiene unas puestas de sol alucinantes. Hay playas flipantes alrededor de Sidi Ifni.

¿A dónde le gusta ir en su tiempo libre?

Todo tiene relación con la música en Marruecos. Mi sitio es Al Yacoute, que está en Rabat. Es un pub con música del África subsahariana en directo. Es más alternativo que otros bares. Hay mucha gente subsahariana, mucha de Camerún y Senegal, que vive en Rabat.

Pero al Yacoute hace años que no voy, porque llevo dos años en Tánger. El Number One es mi bar de cabecera en Tánger. Está abierto todo el día. Puedes comer, cenar… es como el Pepe Botella de Madrid. Me gusta mucho el Hotel Chellah: tiene una piscina y jardín y puedes ir a cenar. En verano tienen un escenario como los que se montan en las fiestas del pueblo.

“Los insultos duelen cuando quieres a un pueblo”

¿Qué es lo que le sigue sorprendiendo una década después?

El tema de las libertades. Dan cinco pasos pa’lante y cinco pa’tras. No ha mejorado mucho en tres niveles de ley: de calle, de religión y la francesa. Los marroquíes mismos lo llaman esquizofrenia. Hay un caos mental importante, que no lo encuentro en Argelia tanto, y en Túnez, nada. En Marruecos no hay separación de poderes y el comendador de los creyentes es el Rey.

A pesar de que hace diez años que están pidiendo cambios sociales, todavía una persona homosexual va a la cárcel. Ahora mismo tienen a ministros con los que están negociando que son homosexuales. Y lo permiten porque son extranjeros. No se podría ver un ministro como Grande- Marlaska, con una pareja estable.

Tampoco puede ser que haya periodistas en la cárcel. O como lo que me ha pasado a mí, que me estén insultando desde 250 cuentas [de redes sociales]. Ahora están haciendo investigaciones, porque lo he denunciado. No se puede permitir tratar así a profesionales. A nosotros nos insultan, pero es que a estas personas las meten en la cárcel, les hacen la vida imposible.

Es todo muy esquizofrénico. Y esto es muy difícil de digerir, y es muy doloroso cuando quieres a un pueblo. Te da pena, porque tú cuando quieras, coges, cierras la puerta y te vas. Pero estas personas continúan ahí. Eso es difícil. Yo creo que esto me choca, porque estás contando todo el rato: evolución económica, un montón de acuerdos con países… y luego al mismo tiempo, una falta de libertad que tiene que ver con la religión malentendida o muy confundida con otras cosas.

No se pueden penalizar cosas como las relaciones prematrimoniales. Es una sociedad superpatriarcal. No conozco a ninguna mujer que haya pasado por mis clases que no te pregunte ‘¿pero, cómo no te has casado?’, ‘¿por qué no has tenido hijos?’. Como que les da pena, es una obsesión. A mí me sorprende mucho que a día de hoy una mujer con 35 años viva en casa de sus padres hasta que se case.

Una de las mejores lecciones que me han dado es el tema de los conceptos. Tú hablas de una palabra [como el matrimonio] y te estás haciendo en la cabeza una imagen; y ellos están haciéndose otra imagen distinta de lo mismo. Yo les entiendo ahora mucho mejor y muchas veces digo: “Estoy marroquinizada”.

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