“Qué pena que seas moro. ¿Cómo puedes ser tan buena gente si eres moro?”. Así se lo espetaron a Jamal Toutouh (39 años, Barcelona) hace poco mientras charlaba animadamente con unos conocidos. Tampoco es que le chocara en exceso el comentario; lleva toda la vida viviendo episodios así y trata de no hacerles mucho caso. Pero sucede. Igual que hay otras personas que le valoran por lo que es: un auténtico “cerebrito”, a juzgar por su andadura profesional. Informático especializado en redes neuronales e inteligencia artificial, es profesor universitario y actualmente lleva dos años investigando en el prestigioso MIT de Boston (EEUU) con la beca europea Marie Curie.
Desde la polución y los factores que la rodean e influyen a asuntos relacionados con la crisis del coronavirus. Estos son los temas que investiga Toutouh junto a grandes expertos académicos de la tecnología a nivel mundial en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés). También colabora con una socióloga de Harvard y con un astrofísico de la misma universidad. Con ellos evalúa la situación social de los ancianos y la soledad o problemas en el espacio. No es que quiera presumir de ello, es que lo disfruta al máximo y siente el orgullo natural de estar en una de las capitales actuales del conocimiento.
“Trabajo en el MIT y Harvard está a unos minutos. Con el ambiente académico que hay aquí, varias de mis colaboraciones han surgido en bares o jugando al baloncesto”
“Mi casa está a 5 minutos de Harvard y a 6 del MIT. Con el ambiente académico que hay aquí, ves a alguien leyendo algún artículo (relacionado con tu trabajo) en una cafetería y te acercas y hablas. Varias de mis colaboraciones han surgido en bares o jugando al baloncesto”.
Pero, ¿qué es eso de las redes neuronales a las que se dedica? Toutouh trata de explicarlo al otro lado del teléfono para el común de los mortales: la inteligencia artificial está inspirada en el comportamiento animal. La naturaleza es un sistema eficiente y con miles de años de experiencia. Existen algoritmos genéticos que muestran cómo evolucionan distintas especies para adaptarse a los entornos. Por ejemplo, de todas las jirafas, sobrevivió la que tenía el cuello más largo para alcanzar las hojas de los árboles. También está la “inteligencia de enjambre” para objetivos comunes, que es la que lleva a que las hormigas sigan una línea recta para conseguir comida, aunque ellas -individualmente- desconozcan dónde está.
“Aplico esto a otros problemas con las redes neuronales artificiales”. En el caso del coronavirus, por ejemplo, explica que apenas existen radiografías de los pulmones de pacientes para estudiarlas. Por ello, para entender cómo el covid ataca a los pulmones, Jamal Toutouh y sus compañeros utilizaron redes neuronales artificiales con las que pudieron generar imágenes de pulmones con covid. “No son reales, pero sí que siguen cierto patrón (que puede ayudar en la investigación para combatirlo)”, explica.
Antes de llegar al MIT como investigador postdoctoral, Jamal Toutouh era profesor en la Universidad de Málaga, la misma donde estudió la carrera. Una carrera que algunos profesores de su instituto no creyeron que fuera capaz de realizar. Ni la de ingeniería informática ni ninguna otra. Que a dónde iba tratando de estudiar en la universidad, le sugirió alguno. Y eso que era alumno de sobresaliente, menos en árabe, idioma que aprendió en la época en la que estudió en el colegio Hispano-Marroquí de Melilla. Allí se había mudado con su madre y sus tres hermanos tras perder a su padre por culpa del cáncer cuando Jamal tenía 10 años.
Otros profesores sí que le apoyaron. Se fue de Erasmus a Luxemburgo y -como siempre durante sus estudios- necesitaba buscarse la vida para costearse la estancia y los estudios. Sus buenas notas en España le garantizaban becas año tras año, pero la escuálida beca europea no era suficiente. Preguntó a un profesor si le aconsejaba más buscar un trabajillo en el McDonald’s o quizá mejor en algún otro local. “¿Por qué no te vienes a trabajar con nosotros?”, le respondió. “Y así empecé en la investigación”, recuerda en su conversación con Salam Plan.
“Con la suerte que tengo en esto del ‘control aleatorio’ de la Policía, nunca me ha tocado la lotería, pero aquí siempre me toca”
Jamal ha colaborado con organismos como el Banco Mundial, la Agencia Española para la Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), con distintas ONG, ha expuesto su trabajo en distintas ponencias por todo el mundo, vivió algunos meses en Finlandia, Qatar… “Yo nunca me he podido ir de vacaciones y me di cuenta de que si trabajas más, viajas más”. Las ponencias en congresos y la publicación de papers (como se denomina en la jerga científica el informe de una investigación) no solo le han dado caché, sino que le han permitido resarcirse de esa sed de conocer mundo.
Pero no siempre es igual de gratificante. Cuenta entre risas de frustración y burla que a menudo le toca someterse a controles policiales en los aeropuertos: “Con la suerte que tengo en esto del ‘control aleatorio’, nunca me ha tocado la lotería, pero aquí siempre me toca”.
Confiesa que una vez vivió una experiencia “muy dolorosa”. Acababa de hacer un importante viaje de trabajo a Brasil con el Banco Mundial, que le hizo sentirse como un rey. Volvió a Melilla y acompañó a su madre a hacer la compra a Marruecos. “Hay un paso para los porteadores y otro para los demás”, explica. Ellos iban con un carro de la compra y un Policía Nacional les paró. No se creyó que solo fueran a comprar comida para ellos y les obligó a pasar por el control de porteadores. Jamal bajó de las nubes brasileñas en un abrir y cerrar de ojos.
Cuenta que en Estados Unidos ha conocido a personas negras que han sufrido casos similares. “Hay gente que con el movimiento de Black Lives Matter dice: ‘¿y las vidas blancas no importan o qué?”. Claro que importan, pero no necesitan un reconocimiento que ya tienen, explica.
Joe Biden, el candidato demócrata a la Casa Blanca, lanzó hace poco un vídeo electoral parafraseando el eslogan por la justicia racial con “Muslim Lives Matter” (las vidas de los musulmanes importan). Jamal no se ha sentido discriminado en Estados Unidos por ser musulmán. Es más, hay una mezquita en Harvard y en el MIT, igual que otros templos religiosos; y hay asociaciones de estudiantes musulmanes, igual que de otros credos. En Boston hay un ambiente muy intercultural. Cuando vivió una breve temporada en New Hampshire en el peor momento de la pandemia, también le trataron educadamente los ciudadanos de un Estado eminentemente republicano y favorable a Donald Trump. En el día a día, no notó islamofobia.
Asociaciones y organizaciones civiles en España y el resto de Europa denuncian desde hace años la “perfilación racial” por parte de las fuerzas de Seguridad. El Parlamento Europeo reconoció recientemente que así sucede en la lucha antiterrorista y pidió su erradicación. El Plan de Acción Antirracista que la Comisión Europea acaba de poner en marcha, incluye la prevención del racismo en los cuerpos policiales.
Jamal quiere dejar claro que, aunque estos casos existen, no pretende generalizar. Igual que tuvo profesores que no creyeron en él, pero otros que sí. Además, “tengo amigos moritos en la Poli”. Vamos, que la Policía y los demás cuerpos de seguridad del Estado son tan diversos como la sociedad.
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Jamal usa la palabra “moro” o “morito” sin reparo, no le parece insultante. Pero reconoce que tiene un debate con otros moros o marroquíes o árabes como él sobre si es apropiado utilizar un término que habitualmente se emplea para denigrarlos. El caso es que él sobre todo se siente “mediterráneo”. Es español, culé, amazigh, hijo de marroquíes y se siente como en casa tanto en un entorno como en otro: “Los españoles somos mucho más moros que alemanes”.
“Los españoles somos mucho más moros que alemanes”
Jamal Toutouh aprendió a apreciar la diversidad en su infancia y adolescencia en Melilla. Primero vivió en “un barrio de gitanos”. Luego estudió en el Colegio Público Hispano-Marroquí. “Ahí todos los estudiantes son musulmanes y/o marroquíes y se estudiaba con planes de estudio españoles y marroquíes a la vez”. Allí lo pasó mal, porque no sabía árabe y sacaba malas notas. Y en ese colegio pegaban a los alumnos con malas notas. Al menos así le ocurrió a él hasta que su madre fue a plantar cara al centro y dijo que no volvieran a ponerle la mano encima. Acabó estudiando en el Colegio Público Hispano-Israelita. “Ahí eran todo estudiantes judíos, salvo tres”, detalla.
Hizo muy buenos amigos en cada una de esas etapas y conoció a “mucha gente buena que nos ayudó”. “Creo que [todo esto] me ha podido ayudar a saber encajar mejor con los demás y a entenderlos un poco más”. Cuenta que se siente igual de cómodo tomándose un té con unos mecánicos en Marruecos que están arreglándoles el coche como en Harvard en algún evento con eminencias de la ciencia. “Se puede aprender y disfrutar de todo el mundo. Solo hay que querer hacerlo”.
¿Volverá a España? Lo que le apetece es volver al “Viejo Continente”. Lamenta lo mismo que todos los investigadores españoles que encuentran su camino fuera: falta inversión en ciencia, “pero en todas las ciencias, incluidas la filosofía, las filologías…”. Mientras, él seguirá “intentado con todas sus fuerzas” alcanzar sus sueños, como aconseja a los chavales en las charlas que a veces da en los centros educativos. Porque, aunque “al final todos seamos iguales”, la experiencia le ha enseñado que “los que tienen pasta, tienen más oportunidades de fallar”.
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