Hace tres años un municipio de 10.000 habitantes también se vio golpeado por los atentados de Barcelona y Cambrils, que dejaron 16 fallecidos y decenas de heridos. A más de 100 kilómetros de la Ciudad Condal, los ciudadanos de Ripoll buscaban respuestas. Sus propios vecinos, criados en sus colegios y calles, se habían convertido en terroristas y acabado con la vida de aquellas personas.
Los propios familiares de los asesinos salieron ante las cámaras de televisión para dejar claro que rechazaban la violencia como el que más. Pero las autoridades locales no quisieron dejar al azar que el recelo o la xenofobia pudiera calar entre los vecinos (los terroristas eran hijos de inmigrantes). Se decidió que el Consorcio de Bienestar Social de la comarca del Ripollés estableciera un nuevo plan de convivencia.
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Elisabet Ortega dirige este plan, con una receta basada en la inclusión de la diversidad, el diálogo abierto, el respeto y la colaboración. Ciudadanos de a pie y profesionales de la administración reman en la misma dirección: “mejorar la convivencia”, cuenta a Salam Plan esta pedagoga al otro lado del teléfono. Todos los vecinos son bienvenidos a participar. Hasta ahora, ya forman parte de las mesas de debate y trabajo más de 1.100 personas.
No todo son palabras bonitas en esos encuentros. Ni falta que hace, siempre que se mantenga el respeto. “Procuramos que la gente se sienta muy cómoda, porque lo típico en estas situaciones es que la gente sea correcta: ‘yo tengo una idea, pero esto no lo diré en voz alta’. No, quien participe ha de decir lo que piensa de verdad, porque si no, no avanzamos”, asegura Ortega en esta entrevista. Una buena convivencia no es algo que se consiga de la noche a la mañana, recuerda, pero subraya que lo importante es construirla juntos.
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Tras los atentados de Barcelona y Cambrils, decidieron establecer un nuevo plan de convivencia. ¿Por qué?
En el momento de los atentados, a nosotros se nos plantea una situación primero de impacto muy fuerte sobre la población. ¿Por qué ocurre esto en un pueblo con las tasas de inmigración más bajas de Cataluña, en un sitio donde parece que no hay grandes problemas de convivencia entre las comunidades? En un primer momento se nos plantea de esta forma, pero intentamos ir un poco más allá, porque por algo ha ocurrido. Algo está pasando, que ha provocado que unos jóvenes que -aparentemente- estaban integrados, acaban cometiendo un atentado. Esto es lo que nos hace empezar a trabajar.
Enseguida empezamos a hacer muchísimas actuaciones, más de 800: entrevistas personales, familiares, grupales, de trabajo, de debate, de reflexión, encuestas… con personas de todo tipo: profesionales, gobernantes, personas vinculadas a entidades sociales, personas que no lo están… Intentamos darles voz con más de mil personas, 1.115, para que puedan decir cómo les ha impactado, qué piensan, qué puede haber detrás de todo esto. Y eso nos permite elaborar un diagnóstico, aunque teniendo en cuenta que no es un trabajo lineal. Es decir: conforme vamos interactuando con la gente, también van cambiando cosas.
¿Cuál es ese diagnóstico por el momento?
Las cosas que nosotros descubrimos que jugaban algún papel, (eran) desde la situación geopolítica a nivel mundial, pasando por los entornos familiares, cómo apoyan a los jóvenes y a las personas, si la persona tiene pocas competencias personales, si hay dificultades en la construcción de la identidad, todo el tema de la socialización de la violencia… También toda una serie de disfunciones sistémicas, que tiene que ver con el sentimiento de pertenencia, con el reconocimiento y también una gestión emocional poco sana.
Pero descubrimos un factor, que era el contacto con ideologías violentas, que marcaba la diferencia entre el que provoque malestar y que se acabe cometiendo un acto violento. Todos los factores que he ido comentando, combinados de una determinada manera, generan este malestar convivencial, personal… Pero cuando, además, hay un contacto con las ideologías violentas, en este caso un agente radicalizador, ahí es donde se produce la situación de violencia; en este caso, el atentado.
“Cualquier cosa que se plantease a nivel social tenía que pensarse para toda la ciudadanía. No podía haber ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda”
¿Cuáles son las principales patas de ese plan?
Podemos trabajar en la línea de plantar semilla, en la prevención. Establecemos tres líneas de trabajo: la promoción de políticas inclusivas con la ciudadanía, con la idea de que cualquier cosa que se plantease a nivel social tenía que pensarse para toda la ciudadanía. No podía haber ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.
Por otro lado, también la prevención de las conductas de riesgo y, en último lugar, la restauración de los vínculos sociales, que se han deteriorado.
En su momento se consideró extraño que unos jóvenes de Ripoll de origen extranjero cometieran los atentados, porque se les consideraba “integrados”. A menudo he oído a muchos hijos de inmigrantes lamentar que conceptos como “integración” hacen que se les vea como personas ajenas a la sociedad de la que forman parte. Ustedes ahora hablan de otro concepto.
Una de las muchas cosas que descubrimos es que los conceptos no coincidían. No todo el mundo pensaba lo mismo sobre la “integración”. Construimos otro concepto con el cual la gente se sentía mucho más cómoda, que era la “inclusión”.
La “integración” daba una pista de asimilacionismo; en la “inclusión” hablamos de aceptar al otro como es, con su propia identidad y construcción. Trabajamos también con la idea de la riqueza que permite la diversidad.
¿Cómo se pasa de la teoría a la práctica?
Trabajamos desde la perspectiva de la aceptación del otro, de cualquier ciudadano que sea considerado o se sienta diferente, por cuestión de origen, de género, etc. Porque si tú no tienes unos parámetros concretos que corresponden a los estándares, la puerta por la que entras a la sociedad es más pequeñita. La idea era: vamos a intentar que todo el mundo entre por la misma puerta. Pero, claro, esto no es un trabajo de un día ni de dos. Es un trabajo a muy largo plazo.
Utilizamos estrategias que llamamos “cooperativas”, mesas de trabajo entre profesionales y con gente con capacidad de decisión para detectar necesidades y construir conjuntamente. Porque también hemos detectado que hay cajoncitos y cada uno trabaja desde el suyo, también dentro de la propia Administración. Pues no, todos debemos trabajar desde una misma base y en una misma dirección.
“Si tú no tienes unos parámetros concretos que corresponden a los estándares, la puerta por la que entras a la sociedad es más pequeñita. La idea era: vamos a intentar que todo el mundo entre por la misma puerta”
Después, hemos creado mesas de ciudadanía, ya sea con entidades o personas que no están organizadas pero que tiene interés en hablar de esta cuestión y que quiere poner voz a lo que piensa. Y en este caso, se convierten en espacios de reflexión. Recogemos ideas que llevamos a estas otras estrategias donde sí hay posibilidad de tomar decisiones (…).
Por ejemplo, la directora del Museo Etnográfico de Ripoll se planteó: ‘¿por qué tengo elementos solo de la Historia del municipio de las personas autóctonas?’. Ha introducido elementos de otras culturas, de otros orígenes (de los ciudadanos de Ripoll): de Marruecos, Colombia… Ella dijo: pues no sé por qué hasta ahora no me había dado cuenta de que me lo estaba planteando mucho desde mi propia mirada (…). Por ejemplo, lo que no puede faltar nunca son las sardanas en la fiesta mayor, ¿pero por qué no podemos hacer otra cosa complementaria?
Las miradas cambian.
Poquito a poco se van incorporando miradas, ámbitos, profesionales y ciudadanía. ¿Tú quieres entrar aquí? Encuentra tu propio papel: lo has de descubrir tú, nosotros te ayudaremos a que lo descubras. La idea del ciudadano como elemento transformador. Esto es muy importante. No es el Ayuntamiento el que lo tiene que arreglar. Es el Ayuntamiento, el Consorci, la entidad social, la plataforma cívica de no sé qué, la persona de a pie…
¿Y qué resultados ha habido hasta ahora?
Hay resultados muy poco visibles todavía. A mí me encantaría decir: ‘hemos construido una sociedad idílica en la que todo el mundo…’ Pues no. Tengo que ser realista. Nosotros notamos determinadas cosas que van cambiando: apertura, en las miradas… Por ejemplo, una apertura de la comunidad musulmana a compartir determinadas cosas (como visitas a la mezquita) con personas que no son musulmanas, cosa que antes no ocurría. También te tengo que decir que la pandemia nos lo ha paralizado.
“¿Tú quieres entrar en el plan de convivencia? Encuentra tu propio papel: lo has de descubrir tú, nosotros te ayudaremos a que lo descubras. La idea del ciudadano como elemento transformador”
¿Cómo se trabaja por la convivencia con la pandemia del coronavirus?
Complicado, porque el trabajo comunitario requiere interacción. Pero en septiembre esperemos poderlo recuperar, porque estábamos en una muy buena línea.
Por lo que cuenta, parte de los ingredientes para una buena convivencia son el diálogo y compartir. ¿Qué otros ingredientes harían falta?
Sobre todo, sobre todo: la reflexión profunda. Procuramos que la gente se sienta muy cómoda, porque lo típico en estas situaciones es que la gente sea correcta. Es decir: ‘yo tengo una idea, pero esto no lo diré en voz alta’. Lo que hemos intentado es decir: no, quien participe ha de querer hablar en voz alta y decir lo que piensa de verdad, porque si no, no avanzamos. Nos quedamos instalados en la superficie: “todo el mundo tiene derecho…, pero a mí no me gustaría tener un vecino que fuese marroquí”. Creo que esto es muy importante.
Temas como llegar a unos compromisos, de confidencialidad de lo que se diga, de generosidad, de respeto… Parecen cosas muy tontas, pero no: la gente comparte, pero no toma decisiones conjuntas.
“Lo típico en estas situaciones es que la gente sea correcta: ‘yo tengo una idea, pero esto no lo diré en voz alta’. No, quien participe ha de decir lo que piensa de verdad, porque si no, no avanzamos”
Al abrirse la gente más, ¿han detectado algún elemento que les haya sorprendido?
Sorprendido, no. Pero sí que pensamos que determinadas personas no necesiten expresarse a través de canales no formales; allí se puede hacer muchísimo daño. Lo que sí hemos visto es que personas que antes estaban muy polarizadas, ahora dicen las cosas en voz alta y tanto los de un lado como los del otro, lo escuchan con más respeto.
Ripoll es un sitio pequeño; hay mucho conocimiento social. Por ejemplo, yo puedo coincidir con alguien en el Consorci y luego en la puerta del colegio o cuando voy a comprar. Es muy fácil que la gente se tenga que poner diferentes sombreros. Se mantiene una apariencia de mucha normalidad en muchos temas y, en realidad, las redes no formales llevan mucho contenido de crítica poco sana. Nosotros intentamos romper con esto, con el mensaje de: tú puedes pensar lo que quieras, pero explícanoslo, arguméntanoslo. Escucharás también al otro, porque la gente se suele relacionar con las personas que piensan como yo. Esto pasa en todos lados, pero en los sitios pequeños, pasa más.
Es un trabajo muy de tú a tú.
Todas estas dinámicas tienen un punto muy vivencial: yo me tengo que incluir, no puedo hablar de los otros. Esto no es racional; tiene un componente emocional muy, muy potente. La idea que nosotros transmitimos es la toma de conciencia de la realidad, pero también la capacidad transformadora de las personas y de los grupos. Esto no ocurre y alguien lo tiene que solventar: esto lo tenemos que solventar nosotros.
“Esto lo tenemos que solventar nosotros. ¿Qué haría yo para mejorar la convivencia? Vamos a construir. Tenemos claro que pensamos diferente. Vale, de este pensamiento diferente, ¿qué puede salir?”
¿Cómo es la convivencia en Ripoll tras los atentados de aquel 17 de agosto? ¿Es una convivencia distinta?
El impacto que ocasionó sobre la mayoría de las personas fue brutal. Continúa ocurriendo que alguien, cuando hablamos en primera persona de esto, se emociona. Le vienen las imágenes a la cabeza, recuerda lo que pensaba en aquel momento… Un poco marcados, sí que nos ha dejado esta situación. Lo que nosotros planteamos es vivirla como una oportunidad para mejorar (…).
Mucha gente piensa que aquí se rompió la convivencia. No es ésta la cuestión para nosotros; la cuestión es que descubrimos cosas de la convivencia. Descubrimos que en realidad había muy poca interacción. Yo podía tener un vecino que fuese musulmán y yo decía “buenos días, ¿qué tal está usted?”, pero nada más.
Vivían puerta con puerta pero no convivían.
No convivían. La idea es poder generar esos espacios de convivencia.
¿La gente es receptiva?
Depende. Hay gente muy predispuesta y hay gente que no tanto. Tras los atentados sí hubo gente que se polarizó. Cuidado, también vimos la otra reacción, que era el paternalismo.
Aquí no hace falta decir “estoy a favor o en contra”; puede haber cosas que te parezcan bien y otras que no tan bien. Esto no va así. ¿Qué haría yo para mejorar la convivencia? Vamos a construir. Tenemos claro que pensamos diferente. Vale, de este pensamiento diferente, ¿qué puede salir?
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