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La poderosa historia de amor de una ucraniana y un sirio en Alemania

Anna Yarysh y Anas Modamani en un viaje a Austria. Foto cedida a SalamPlan.

La sonoridad casi idéntica de sus nombres hace fantasear con que quizá estuvieran predestinados a encontrarse. Anas es aquel chico sirio que llegó a Alemania en 2015 como refugiado y se hizo un selfi con Merkel sin saber aún quién era aquella mujer a la que vio rodeada de gente e intuyó que era una estrella. Anna es una chica ucraniana que llegó al mismo país en 2019 para continuar sus estudios, y hasta hace nada viajaba cada tres meses a Kiev a visitar a su familia y amigos.

Él tiene ahora 24 años y trabaja para una productora de televisión mientras termina sus estudios de Comunicación y Economía. Ella tiene 28 años y le queda un mes escaso para entregar su trabajo de fin de máster en Ingeniería Mecánica. Atienden por videollamada a Salam Plan al final de la jornada. Sonríen sentados en el sofá de su apartamento berlinés. Anna ha apartado por un momento su ordenador y material de estudio para compartir su historia.

Solo un par de días antes de que empezara la invasión rusa de toda Ucrania dos semanas atrás, la madre de Anna consiguió tomar uno de los últimos vuelos desde la capital de su país a Berlín. Allí la esperaban su hija y Anas. “Todo el mundo hablaba de que a lo mejor comenzaría la guerra. Supimos que la situación podía cambiar de forma dramática. Por suerte, mamá llegó dos o tres días antes de la guerra”, explica Anna aliviada.

“Intento ser útil. Conozco las reglas en Alemania, sé alemán. Me alegra poder ayudar”

Anna, estudiante ucraniana en Berlín

Esta estudiante ha ido un par de veces a la estación central de trenes, donde llegan los refugiados ucranianos. Le consuela poder ayudar ejerciendo de traductora voluntaria, una de las necesidades más solicitadas estos días en la primera acogida a quienes llegan a la capital germana. “Intento ser útil. Conozco las reglas en Alemania, sé alemán. Me alegra poder ayudar”, confiesa mientras esboza una sonrisa. Planea acudir también a las oficinas de acogida para echar una mano allí. “Mi país me necesita, y ayudo como puedo”.

Cuenta que la madre de una amiga ucraniana, que llegó hace unos días a Alemania, tiene el cuerpo lleno de moratones debido a las aglomeraciones para pasar la frontera. Un amigo que continúa en la capital de Ucrania, se esfuerza por llevar comida a los animales que han quedado allí y trata de ayudar junto a otras personas en todo lo que puede.

Allí hay todavía buena conexión, pero Anna apenas puede comunicarse con familiares que viven en pequeñas ciudades al norte de la capital: “Muchos familiares simplemente se pasan el día y la noche en el sótano. Hay problemas con la electricidad. A veces pueden cargar la batería [de su móvil]; a veces, no. Apenas salen fuera. Por eso, cuando hablamos, son conversaciones muy breves”.

“Con la guerra tan cerca, la verdad es que tengo miedo. Anna era una estudiante y ahora es una refugiada, porque no podrá volver a su país”

Anas, estudiante y trabajador sirio que llegó como refugiado a Alemania

Su pareja, Anas, la escucha atentamente. Dice que se siente como ella. “Con la guerra tan cerca, la verdad es que tengo miedo”. Observa las imágenes de las personas que huyen para salvar su vida y sabe que “naturalmente, no es tan sencillo”. “Pierdes todo. Dejas tu casa, te llevas las cosas más importantes para huir rápidamente. Es realmente duro. Imagínate a alguien que acabe de construir su casa, o que tenga un buen trabajo. Y de repente… zas, eso desaparece”. Sabe de qué habla, pero prefiere no ahondar en ello.

Anna no ha perdido a ningún ser querido, por el momento. Pero ya tiene claro que no podrá volver a su país. No sólo da por perdidos su piso y su coche, sino su vida allí. “En un mes entrego mi trabajo de fin de máster. Después quería pensarme cómo seguir: si buscar trabajo aquí o volver a Ucrania. Aún no estaba claro”. Ahora no le queda ningún género de dudas.

“Era una estudiante y ahora es una refugiada, porque no podrá volver a su país”, señala Anas. Este joven, que acababa de cumplir la mayoría de edad cuando llegó a Alemania huyendo de una guerra que aún hoy continúa en su Siria natal, nunca hubiera imaginado que ahora compartiría con su novia la experiencia de un conflicto armado en sus propias carnes. “No es nada fácil”, admite.

Flechazo en una fiesta universitaria

Se conocieron como cualquier pareja, en una fiesta de universitarios. Fue hace un par de años, poco después de llegar Anna desde Kiev. Su universidad organizó un encuentro entre los estudiantes internacionales nuevos para ayudarles a conocerse. “Nos conocimos simplemente así, como estudiantes normales”, rememora Anna, a la vez que dibuja una amplia sonrisa con sus labios. “Sí, funcionó así de bien”, confirma Anas.

“De Anas me gusta que es muy abierto y amable. Con él nunca pienso: ‘qué aburrido’”

Anna

Anna no tardó en mudarse a su apartamento. Y parece que todo fue rodado. Les gusta ir juntos al gimnasio, a correr… y comparten muchas horas de estudio juntos en la biblioteca. Pero lo que más les gusta, es que se comprenden. Y se nota.

“De Anas me gusta que es muy, muy abierto y amable. Siempre te sentirás a gusto en una conversación [con él], siempre encuentra temas interesantes [de los que hablar]. Con él nunca pienso: ‘qué aburrido’. Siempre es emocionante el tiempo que paso con él”, describe Anna. “Venimos de culturas distintas, pero no se nota. Me hace feliz”, añade.

“A mí lo que me importaba era que Anna fuera abierta conmigo. Simplemente me sentía a gusto con ella”

Anas

Yo no me planteé nada sobre qué nacionalidad tenía o qué religión… Eso no jugó un papel importante. A mí lo que me importaba era que fuera abierta conmigo, que hablara abiertamente conmigo. Simplemente me sentía a gusto [con ella]”, explica Anas. Eso es precisamente lo que más le gusta de Anna, que sea “una persona abierta”.

También le gusta mucho la paciencia que tiene, “aunque a veces no”, dice aparentemente serio mientras ella sonríe cómplice. “Me escucha. Me apoya cuando me encuentro mal y me da consejos. Ella tiene una experiencia de la vida que yo no tengo, y yo tengo experiencia que ella no tiene”, prosigue mientras Anna asiente. “Nos complementamos muy bien”.

Afrontan juntos el dolor de la guerra

Hace ya más de seis años desde que Anas llegó de su país y su imagen dio la vuelta al mundo tras aquel selfi con la canciller del país europeo que acogió voluntariamente en un año a todos los refugiados que llegaran, en su mayoría compatriotas de Anas. Fueron aproximadamente un millón de personas.

Ahora, con la actual guerra de Ucrania, que ha estallado en todo el país hace dos semanas, ya son más de dos millones los desplazados a países de la Unión Europea gracias a la política de puertas abiertas que los 27 han decidido aplicar por primera vez en su historia.

“Al principio no fue nada fácil”, rememora Anas al pensar en sus inicios en Alemania. Ahora se siente en deuda con su país de acogida, y tanto él como Anna miran hacia el futuro esperanzados.

“Nos conocimos en Alemania. No es casualidad, porque las personas de culturas distintas se sienten a gusto en Alemania”

Anna

“Nos conocimos en Alemania. No es casualidad, porque las personas de culturas distintas se sienten a gusto en Alemania”, asegura Anna. “Las personas alemanas están más que dispuestas a aceptar otras culturas. Cualquiera puede sentirse muy a gusto. Y yo también quiero participar”.

El partido de ultraderecha Alternativa para Alemania se hizo un hueco relevante en la política germana precisamente en el contexto de la recepción de refugiados en 2015, cuando llegó Anas. Y sigue teniendo un apoyo notable. Pero Anna y Anas ni lo mencionan durante esta entrevista.

Se sienten acogidos y parte de la sociedad en su nueva ciudad. Se muestran dispuestos a dar lo mejor de sí mismos. Mientras, afrontan las guerras en sus queridas Ucrania y Siria como mejor saben: juntos.

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