Un estudio pionero realizado en España muestra cómo más de uno de cada cuatro supervivientes de un atentado siguen sufriendo daño psicológico hasta dos décadas más tarde. Sus autores defienden una mayor y mejor atención en salud mental a las víctimas.
José María tenía 13 años cuando perdió a sus padres y a su hermana de 7 años en el atentado de ETA contra la casa cuartel de Zaragoza. Su hermano y él sobrevivieron, con heridas. Pero en aquel momento nadie supo ver que las heridas psicológicas perdurarían tres décadas después. “Este 11 de diciembre se cumplen 32 años y lo recuerdo como si fuera ayer”, explicó José María Pino un día antes en una jornada organizada por la Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) y la Facultad de Psicología de la Universidad Complutense de Madrid.
“Estaba durmiendo, soñando que jugaba al billar americano y justo cuando la bola blanca impactó con las otras, estalló el coche. Abrí los ojos y yo solo veía polvo, me estaba mojando, el piso de arriba ya no existía.
Se oían gritos, chillidos, alaridos. Teníamos un metro de habitación y si no, nos caíamos abajo para el precipicio.
No sé cómo, pero los bomberos entraron, nos rescataron y bajaron por las escaleras, que se estaban hundiendo. [Oí que decían:] <<Por aquí no bajéis a más personas, que se está hundiendo>>”.
“Prefería estar con mi perro que con las personas, me daba miedo todo, cualquier sonido fuerte, cualquier sobresalto”
— José María Pino, víctima del terrorismo
Aquel atentado le “cambió la vida en dos segundos” y aún hoy necesita tratamiento -en su caso psiquiátrico- para poder seguir adelante. De mayor se hizo guardia civil, pero lo vivido no le dejaba en paz. “Prefería estar con mi perro que con las personas, me daba miedo todo, cualquier sonido fuerte, cualquier sobresalto”, reconoce. Entonces no sabía que sufría estrés postraumático crónico.
La primera vez que recibió ayuda psicológica fue en 2005, pero fue una terapia breve que no le sirvió. Fue porque “había actuaciones que me daban pánico, por si con algún fallo mío -que cometí- le pasara algo a algún compañero”. Dice que aquella psicóloga “no tenía ni idea”. Se refiere a que no tenía la formación adecuada para tratar a una víctima de terrorismo. En 2013 entró en contacto con la AVT y empezó un tratamiento que le resultó “eficaz, pero duro”.
La huella psicológica de un atentado
La historia de José María no es única, ni el estrés postraumático que padece se debe únicamente a que la tragedia le golpeara de niño. El estudio conjunto de la Complutense y la AVT presentado este martes, muestra que existe un “enquistamiento del estrés postraumático a largo plazo” en las víctimas de un atentado terrorista aunque hayan pasado más de 20 años.
“Muchas veces la gente nos pregunta: ¿pero realmente la gente está mal después de tanto tiempo? (…) Esa frase de <<el tiempo lo cura todo>> no es cierta”, afirmó María Paz García-Vera, catedrática de psicología clínica de la Complutense, actualmente delegada del Gobierno en Madrid. En el estudio y proyecto de atención a las víctimas que codirige, han contactado a 3.255 víctimas que se ofrecieron voluntarias, de las cuales realizaron una entrevista telefónica 1.759 para detectar posibles problemas de ansiedad, depresivos. 982 de ellas hicieron después una entrevista presencial estructurada para establecer un diagnóstico y se ha comenzado el tratamiento con 292 víctimas, un tratamiento que se irá ampliando por comunidades. Actualmente están trabajando en Cataluña.
“Muchas veces la gente nos pregunta: ¿pero realmente la gente está mal después de tanto tiempo? Esa frase de <<el tiempo lo cura todo>> no es cierta”
— María Paz García-Vera, catedrática de psicología clínica de la Complutense
“Hasta ahora se desconocía la magnitud que pueden tener los atentados terroristas a largo plazo”, explicó García-Vera. “[Cuando les llamábamos,] al principio [algunas personas] decían que no sabían si tenían tiempo y al final hablaban hora y media. Algunos se ponían a llorar y decían que les tendrían que haber llamado cuando sucedió el atentado hace 30 años (…). Toda la razón”.
Pionero en el estudio a muy largo plazo de los efectos psicológicos de un atentado, este proyecto muestra por el momento que las víctimas directas siguen sufriendo estrés posttraumático en un 27% de los casos una media de 22 años después, en unos porcentajes muy similares a los que habían detectado otros estudios internacionales anteriores que evaluaban la situación -como máximo- hasta 5 años después del ataque.
El más frecuente de los trastornos recogidos en los distintos estudios es el estrés posttraumático (18-40% de los casos), pero también la depresión (20-30%), el trastorno de pánico o el abuso del alcohol. Ponemos en marcha unos mecanismos de supervivencia espectaculares y muy útiles, aunque para quien lo está viviendo puede darles la sensación de “me estoy volviendo loco”. Aún así, García-Vera subrayó que “la mayoría de los adultos no desarrollarán trastornos psicológicos. Conseguirán recuperarse normalmente sin trastornos. Cuanto más afectados, las repercusiones serán mayores”.
“La mayoría de los adultos no desarrollarán trastornos psicológicos. Conseguirán recuperarse normalmente sin trastornos. Cuanto más afectados, las repercusiones serán mayores”
— María Paz García-Vera, catedrática de psicología clínica de la Complutense
Tras un atentado, es normal que las víctimas directas sufran una mayor irritabilidad, pues es un mecanismo de defensa en el que están alerta para salvar su vida. También pueden perder el apetito, sentir frío cuando hace calor, ver sangre donde no la hay… Es lo que los profesionales llaman un “proceso adaptativo”. Se considera un trastorno cuando “pasan a enquistarse: se vuelve frecuente e interfiere en la vida de las personas y no les deja desarrollar una vida normal”.
El estudio señala que el enquistamiento a tan largo plazo de los trastornos se debe a que en el caso de las víctimas de ETA “muchas han sido sometidas al terrorismo durante muchos años: en su propia casa- el cuartel; el estigma y el acoso social”. Otros factores probables son “no haber recibido una atención psicológica adecuada y el escaso apoyo de la sociedad”. Según sus datos, un 82% de los atentados cometidos tras la Transición en España no generaron movilización social. “El apoyo social es un factor protector muy importante”, subrayó García-Vera.
Tratamiento adecuado para las víctimas supervivientes
Jesús Sanz, codirector del proyecto y catedrático de psicología de la personalidad la Universidad Complutense, reconoció que los datos que arroja su estudio fue una “sorpresa para mal”. No esperaban que las consecuencias psicológicas de un atentado perduraran tanto en el tiempo. Explicó que también influye la falta de asistencia psicológica en décadas anteriores. Pero con ello no basta. Víctimas del 11M seguían sufriendo trastorno de estrés postraumático diez años después de los atentados a pesar de haber recibido atención psicológica. La cuestión es, planteó Sanz, si fue la adecuada en calidad y cantidad.
En aquella ocasión se puso en marcha un plan de salud mental siguiendo ejemplo del 11S en Madrid y Guadalajara. Duró 18 meses -hasta diciembre de 2006) y se atendió a 3.243 pacientes con una media de 4,5 consultas por paciente distanciadas en el tiempo. “En diciembre de 2004 ya se recortó la plantilla a la mitad y las consultas pasaron a ser bimensuales. No ha sido una buena estrategia”, concluyó Sanz. El proyecto actual de momento planea 16 sesiones de tratamiento una vez a la semana con una evaluación posterior sobre su efecto en el corto y medio plazo.
“Yo antes lloraba, lloraba, lloraba y lloraba y decía: <<¿por qué lloro tanto?>> (…) El tratamiento es bueno, porque aprendes lo que es la ansiedad; no como antes, que estabas mal y no sabías lo que te pasaba. Me quité un gran peso de encima, vas progresando y te sientes mucho mejor”, explicó José María Pino, aquel niño que perdió a casi toda su familia por un coche bomba y que hoy, 32 años después, sigue y seguirá sufriendo estrés postraumático.
En 2018 hubo 9.607 atentados terroristas en todo el mundo; la mayoría de los asesinados fueron en el sudeste y sur de Asia: 11.556 muertos. Las primeras conclusiones del estudio presentado el martes en Madrid dejan claro que se debe cuidar la atención psicológica a las víctimas directas que sobreviven aunque hayan pasado décadas.