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Juan y Sara, tus vecinos del 5º sin ascensor

Juan y Sara con el pequeño Ismael en el parque de Cabecera, Valencia. Foto cedida

Él es militar y aparejador. Ella, administrativa y estudiante universitaria. Se conocieron cuando ambos trabajaban de camareros en el parque de Gulliver de Valencia al tiempo que lo compaginaban con sus estudios. Resulta que vivían en el mismo barrio y con esa excusa podían volver juntos a casa después del trabajo.

Juan tenía claro que Sara le interesaba. Ella solo le quería como amigo. También le dijo que era musulmana y él, agnóstico, se interesó por saber más sobre su religión. Pero ella no le quería influir, así que él se informó por su cuenta y acabó abrazando el islam. Ahora están casados y tienen un hijo.

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Juan está destinado en Córdoba desde hace tres años. Tras una mala experiencia con el piso al que se mudaron, Sara decidió volver a su ciudad. Había dejado abandonada su carrera universitaria en Valencia para poder seguir junto a Juan, pero los dos estuvieron de acuerdo en que convenía retomarla. No fue una decisión fácil. A la distancia “te haces”, cuenta Sara, que al principio lo llevó “fatal”. Lo bueno es que ahora en Valencia Sara ahora tiene el apoyo y la ayuda de su madre y de sus suegros para cuidar del pequeño Ismael, que acaba de cumplir un año.

Sara trabaja como administrativa en el Ayuntamiento de Valencia y lo compagina con su segunda carrera universitaria, de Relaciones Laborales y Recursos Humanos. Esta pareja habla con Salam Plan a través de una videoconferencia uno de los fines de semana largos que pueden disfrutar juntos en Valencia.

Ismael se acaba en silencio su biberón y su padre se retira un momento para acostarlo mientras Sara comienza a contar su historia:

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Es de origen marroquí. Llegó desde Casablanca a Valencia hace 24 años, donde ya vivía su padre. La pequeña Sara de 5 años viajó con su madre y sus dos hermanos en busca de una cura para el tumor maligno de su hermano mayor. Su hermano se curó de aquel tumor, y la vida siguió en Valencia. Los padres de Sara se divorciaron y su madre tuvo que sacar sola adelante a sus hermanos. Ahora Sara tiene dos hermanos más de la posterior relación de su madre.

Juan ya se incorpora a la conversación. Ismael se ha quedado dormido enseguida. Ahora padre e hijo solo se pueden ver cada quince días, aproximadamente, pero sus padres esperan que la situación no se prolongue mucho más. Juan está preparándose para pasar de soldado a oficial y esperan que cuando su sueldo mejore y Sara acabe su carrera puedan permitirse un piso para vivir juntos allá donde destinen al militar de la casa.

A Sara le gustaba mucho dibujar sus propios diseños, pero ahora no tiene tiempo. Collage con fotos cedida

A él le encanta Matrix y otras películas de ciencia ficción. A ella le gustaba dibujar diseños de vestidos en su adolescencia. Ahora apenas le queda tiempo libre. Pero está contenta. Sonríe durante toda la conversación. Juan dice que ella es así. “Tiene una sonrisa, que no lo digo yo, lo dice todo el mundo: lo simpática que es, todo el barrio la conoce y la saluda por la calle”.

Sara está acostumbrada a darse unos buenos tutes. “Siempre he estado trabajando y estudiando”, cuenta. De administrativa en la federación valenciana de rugby, en un hospital, cuidando ancianos, de monitora… Y en un impasse cuando acabó el ciclo superior de Administración y Finanzas y no encontraba trabajo, decidió comenzar la carrera actual. “Cuando tengo una práctica de la universidad, pues [toca] trasnochar un poquito”, describe sin queja.

Menos mal que el pequeño Ismael ya duerme las noches enteras. Y si no, Sara puede recuperar el truco que utilizaba a veces: ponerle Hijo de la luna, de Mecano.

“Tiene una sonrisa, que no lo digo yo, lo dice todo el mundo: lo simpática que es, todo el barrio la conoce y la saluda por la calle”

— Juan

Juan admite que “se pasa mal de no vernos y de no ver al niño y de saber que ella está tan cargada”. Es él quien cuenta que el piso de la familia en Valencia es un 5º sin ascensor. Con lo que eso supone teniendo además un bebé.

Él comparte habitación con dos soldados más en una residencia militar en Córdoba. Tiene su cama, un escritorio y un armario grande para él. Es modesto, pero no necesita más. Eso sí, confía en aprobar el ascenso para poder permitirse un piso con su familia en su lugar de destino.

Antes de ser soldado de infantería, Juan trabajó cuatro años al frente de un pequeño negocio familiar para tratar de sacarlo a flote. Había estudiado Ingeniería en Edificación, pero se licenció en plena crisis económica y la mejor opción fue ayudar a sus padres con la tienda-taller de enmarcación que tenían.

Cuando vio la oportunidad de incorporarse al Ejército y se enteró de que allí también podría acabar obteniendo un puesto para ejercer “de lo mío”, se lanzó. Dice que siempre le había “llamado la atención” el Ejército, la Historia -incluidas sus batallas- y los juegos de estrategia. “Necesitaba trabajar para tener un sustento para vivir”, cuenta. Por entonces, ya estaba casado con Sara.

“Estuve casi un año sin decir que me había convertido al islam, porque me daba bastante miedo la reacción de mis padres. Luego no fue para tanto: se tranquilizaron al ver que todo seguía siendo normal y que las cosas iban bien”

— Juan

Su historia de amor fue paralela a la conversión de Juan al islam. Por querer conocerla a ella mejor, empezó a leer el Corán sin decirle nada a ella. Juan era agnóstico y ella no quería influir en sus creencias. Él tenía 24 años cuando en el año 2013 decidió “abrazar el islam”, pero no se atrevió a decirles a sus padres que era musulmán hasta un año más tarde.

“Estuve casi un año sin decir que me había convertido, porque me daba bastante miedo la reacción de mis padres. En realidad, me arrepiento, luego no fue para tanto”, rememora. Admite que “se lo tomaron con mucha preocupación”, pero “se tranquilizaron al ver que era normal, que no pasaba nada y que todo seguía siendo normal y que las cosas iban bien”.

“Yo era una persona que decía: ‘Yo quiero estar sola, trabajar y vivir mi vida tranquila. No quiero saber nada de hombres y al final, aquí estoy”

— Sara

Cuando Juan y Sara se empezaron a conocer gracias al trabajo de ambos en aquella cafetería del parque Gulliver tuvo claro que valía la pena conocerla “como algo más”. Sara, todo lo contrario. «Yo era una persona que decía: ‘Yo quiero estar sola y hacer mi vida, o sea: trabajar y vivir mi vida tranquila, no estar con una persona. Fuera problemas. No quiero saber nada de hombres y al final, aquí estoy”, ríe Sara.

Se casaron en enero de 2014. Fueron un día a la mezquita a firmar los papeles, pero no hicieron ningún convite. El bolsillo no estaba para muchas alegrías. “La tienda no iba bien. Tenía el dinero más o menos justo para poder independizarnos y empezar una vida juntos”, admite Juan.

“La tienda no iba bien. Tenía el dinero más o menos justo para poder independizarnos y empezar una vida juntos”

— Juan

Juan es soldado de infantería en la actualidad. Foto cedida

Juan dice que en el Ejército se siente “como uno más”, aunque precisa que “hay típicos momentos de bromas o comentarios inoportunos de alguna persona en particular, pero son muy puntuales”. Cuenta que dos compañeros, uno durante la formación y otro ya en Córdoba, le dijeron que creían que Juan les caería mal por ser musulmán pero cambiaron de opinión al conocerlo.

“Luego no hemos hecho una amistad, pero sí [hay] muy buen trato y hemos hablado y hemos compartido momentos y hemos estado a gusto los dos”, comenta Juan con respecto a uno de ellos. “Cuando conocen a un musulmán, se dan cuenta de que tiene los mismos problemas, las mismas esperanzas, las mismas alegrías y penas que cualquier otra persona. Somos iguales, solo que con otra religión”, añade.

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Este padre y militar lamenta no escuchar “contraargumentos” frente a la ultraderecha entre otros políticos en cuanto a temas como la inmigración o con respecto a los musulmanes. Y a ambos, a Sara y a Juan, les da miedo la deriva que pueda tomar a nivel europeo y en casa.

Pienso en nuestro hijo o en sus hermanos pequeños [los de Sara] también, que van a crecer y van a vivir situaciones, seguramente, en las que se sientan discriminados. Yo soy musulmán adulto y puedo defenderme bien, pero igual con 15 o 18 no se sabe uno desenvolver en la vida tan fácilmente”, comenta Juan. Ismael, mientras, duerme tranquilamente en su cuna, ajeno al rechazo que pueda sufrir por su religión.

Juan, Ismael y Sara. Foto cedida

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