Está a solo unas semanas de graduarse en Óptica y Optometría por la Universidad Complutense de Madrid. El primer año de carrera, sus compañeros le pidieron que se presentara para ser delegado de clase, porque -como le dijeron- “tú sabes hablar”. Y repitió durante los tres cursos restantes hasta hacerse también delegado estudiantil de toda la facultad. Su otro fuerte: mediar en conflictos.
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Mientras Mohammed Filali habla con Salam Plan a un lado de la amplia entrada del edificio que ha sido su segunda casa estos últimos años, no deja de saludarle con una sonrisa todo el que pasa al lado. Aquí le conoce casi todo el mundo. Y parece que le aprecian.
Tiene madera de político. Confiesa que ya se lo han dicho otras veces. “Me lo han dicho”, ríe. “De hecho, dicen mis compañeros que seré el futuro decano de esta facultad”. No lo descarta, y eso que ni siquiera se había planteado presentarse para delegado de clase aquel primer año de carrera. ¿Y pasar a la política fuera del ámbito universitario? “Me gustaría hacer tantas cosas, tantas cosas… y la política tampoco me disgusta. Pero lo veo difícil: prefiero estar con pacientes a estar en temas de política”.
Ahora quiere seguir estudiando para ser investigador docente y crear “algo propio cuando ya tenga un fondo”. Se siente “muy ilusionado y muy emocionado” ante la inminente entrega de su “TFG” (Trabajo de Fin de Carrera). De igual modo, tiene “muchas ganas de empezar en el mundo laboral, en el que empiezas a depender de ti mismo para ampliar conocimientos… es un mundo ya donde solo caben los maduros”.
“Tengo muchas ganas de empezar en el mundo laboral, en el que empiezas a depender de ti mismo para ampliar conocimientos… es un mundo ya donde solo caben los maduros”
Lo que más le gustaría a Mohammed, sería abrirse camino en el campo de la investigación y proseguir con los primeros pasos que ha dado en su TFG en búsqueda de un tratamiento para “una patología que afecta a los párpados” de la que se desconocen las causas y para la que aún no existe tratamiento. “Tengo pensado investigar en esa línea: a ver qué puedo aportar o qué puedo aprender sobre esa patología”. Explica con la jerga propia de un profesional, que se trata de una inflamación en los párpados que impide que los ojos segreguen la lágrima correctamente y la sequedad que eso provoca puede acabar afectando a la visión.
Suena tópico, pero asegura que su “mayor felicidad es ayudar al otro, aliviarle sus penas, sus problemas”. Siempre había tenido claro que quería hacer algo relacionado con la salud. Aunque la Optometría fue una vocación tardía. “De pequeño quería ser cirujano, luego pasé por fisioterapeuta, por dentista, por nutricionista… También quería ser psicólogo”. De hecho, a la hora de elegir carrera, estuvo dudando mucho entre Óptica o Psicología. La que va a ser su profesión no le gustaba nada en su época de Bachillerato, “porque tenía mucha física y yo con la física no me llevaba bien”. Pero al final le vio más salidas profesionales y ahora está encantado.
Cuenta que su mayor reto -y logro a la vez- como delegado de clase se lo encontró el primer año, cuando terciaba en conflictos entre compañeros. “Sobre todo, solucionar los incidentes que había entre compañeros de clase. En el primer año, que no nos conocemos, por ejemplo: las fechas de exámenes, cómo publicar las notas… los malos entendidos que había en los grupos de clase, porque al ser muchos y cada uno es de su padre y de su madre, un comentario no puede agradar a otro, sin malas intenciones”.
“Ese es mi mayor reto: intentar crear un ambiente sano, donde todos podamos convivir, porque nos quedaban todavía tres años más y, si empezamos mal desde el principio, al final no iba a ser sano. Si vas a estar tres o cuatro años de tu vida conviviendo con estas personas, lo suyo sería que intentaras lo máximo posible que te llevaras bien con ellos. Que todos podamos hablar con todos y si te cae mal alguien, intentar que sea lo mínimo posible, porque no todas las personas pueden caer bien, y que no afecte al grupo”.
“Nos quedaban todavía tres años más y, si empezamos mal desde el principio, al final no iba a ser sano. Si vas a estar tres o cuatro años de tu vida conviviendo con estas personas, lo suyo sería que intentaras lo máximo posible que te llevaras bien con ellos”
Se ganó buena fama como mediador, hasta el punto de que, al cambiar de grupo tras el primer año, sus nuevos compañeros ya dieron por hecho que sería él quien defendiera sus intereses, y personas de otras clases también querían que los representara a ellos, cuenta sonriente. Cree que se debe a que se trata de una facultad pequeña donde la mayoría de las personas se conocen, además de coincidir con delegados de otras clases en las reuniones correspondientes.
Verónica y Nuria pasan a nuestro lado y saludan un momento a su compañero y delegado de clase. Nuria asegura que Mohammed “sabe comunicarse muy bien con todo tipo de personas” y Verónica destaca que “escuchaba nuestras quejas con toda educación”.
“Para mí, lo importante no es estudiar cuatro años, sino cómo has estudiado”, explica Mohammed. “El ambiente donde lo hiciste influye muchísimo. Ya lo sabemos todos: no es lo mismo trabajar en una empresa que te pague muy bien y te llevas mal con tus compañeros, a una empresa que te paga lo tuyo, lo suficiente, pero te llevas genial con todo el mundo”.
“Para mí, lo importante no es estudiar cuatro años, sino cómo has estudiado. El ambiente donde lo hiciste influye muchísimo. Son distintas actitudes frente al mundo y a los problemas y eso te ayuda muchísimo a mejorar y a estar feliz contigo mismo”
Considera que “son distintas maneras de trabajar, distintas actitudes frente al mundo y a los problemas y eso te ayuda muchísimo a mejorar y a intentar buscar soluciones y -sobre todo- a estar feliz contigo mismo”.
Nacido en Fez (Marruecos), tenía un añito cuando llegó a Madrid con sus padres. “También fuimos inmigrantes, ahora ya no. Nos sentimos parte de esta sociedad. Hemos crecido aquí, nos hemos educado aquí, a España -yo personalmente- le debo todo. Es mi país y a quien dedico mi vida por todo el bien que me ha dado”. Ahora toda su familia tiene la nacionalidad española. Admite que el trámite lleva “mucho tiempo” y que en el proceso se fijaron en su “integración en la sociedad” o “cómo se manejaba con el idioma”.
“Pienso que si los musulmanes [extranjeros o no] y los inmigrantes tienen claro lo que quieren, lo que son y lo que quieren aportar a este país, los discursos de odio y de discriminación no tienen por qué afectarnos”, comenta. “Se puede ser musulmán y español, musulmán y europeo”.
“También fuimos inmigrantes, ahora ya no. Nos sentimos parte de esta sociedad. Hemos crecido aquí, nos hemos educado aquí, a España -yo personalmente- le debo todo. Es mi país. Se puede ser musulmán y español, musulmán y europeo”
Aunque reconoce que, según su experiencia, “en el caso de los musulmanes [inmigrantes], muchos, lamentablemente se limitan a venir, a conseguir su trozo de pan, sin integrarse en la sociedad, sin preocuparse por los asuntos de la sociedad, sin participar. Y eso crea una barrera entre la persona inmigrante y la sociedad donde está. Y es normal que eso luego conduzca a discursos de odio”. Cree que “se está avanzando hacia mejor; sobre todo se verá en nuestras generaciones”.
Él, por de pronto, se lleva la experiencia de haberse encontrado con “compañeros encantadores”, a los que “no les importa ni tu origen, ni tu religión, ni nada, con tal de ver que eres como uno de ellos, normal”. Cuando llega el momento del rezo y está con amigos no musulmanes, se excusa para retirarse un momento con la mayor naturalidad. “Muchas veces cuando quedamos y llega la hora del rezo, [les pido]: ‘Chicos, ¿me esperáis cinco minutos? Voy a rezar’. De hecho, hay veces que [me dicen]: ‘Oye, hoy no has rezado. Te falta no sé qué’”. Mohammed ríe. Está feliz. Y seguirá trabajando por contagiar su felicidad a los demás.