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Míriam Hatibi: “Fui a un colegio católico en el que se respetaba muchísimo la diferencia”

Míriam Hatibi es la autora de "Mírame a los ojos" y "Leila". © Joan Tomas/ Plaza & Janés

Es barcelonesa, ilerdense, catalana, española, marroquí y musulmana. Acaba de estrenar su segundo libro a favor de la convivencia y el diálogo. Esta vez es para niños: Leila.

Parece misión imposible localizarla por teléfono. No para quieta. Se mete en todos los sara’os. Y eso que su madre le pidió que lo dejara estar, que no se metiera en líos. Y es que, al igual que ella, Míriam Hatibi “siempre va a intentar hacer lo que pueda para que las cosas salgan”. No en vano le gusta la cantautora Rozalén por sus letras “bastante reivindicativas”.

Le encanta leer, ir a cafeterías y ver series. Estuvo “muy enganchada” a Paquita Salas, una comedia sobre una peculiar representante de actores. Su libro preferido es Cometas en el cielo de Khaled Hosseini, “que habla sobre unos niños en Afganistán cuando empiezan a aparecer los talibán y con ellos, los problemas. [Pero] es un libro que habla mucho de la amistad”, según sus propias palabras.

Fue a un colegio católico por decisión de sus padres, aunque son musulmanes. Aquella fue una de las épocas más dulces de su vida. No se la cuestionaba por su religión ni por sus orígenes. Después, se dio de bruces con una realidad menos amable. Una realidad en la que le gustaría que le preguntaran más sobre sus aficiones y menos sobre su velo. Pero sabe que ese cambio no va a venir solo.

A sus 25 años, esta joven nacida en Barcelona y criada en Lérida, se está convirtiendo en una portavoz de referencia para los musulmanes en España. Además de su trabajo en una consultoría de comunicación, también es portavoz de la Fundación Ibn Battuta de intercambio cultural entre España y Marruecos y en el último año ha publicado dos libros.

Leila protagoniza el libro infantil de Míriam Hatibi (texto) y Màriam Ben- Arab (ilustraciones). © Ed. Planeta

El primero, Mírame a los ojos (Ed. Plaza y Janés), da un repaso a su vida y la de su familia para invitar a reflexionar sobre la convivencia entre distintas religiones y culturas, porque -como dice el subtítulo de su libro- “no es tan difícil entendernos”.

El segundo está destinado a niños a partir de unos 6 años con un objetivo similar. A través de los ojos de Leila (Ed. Planeta) y su amigo Héctor, los más pequeños podrán aprender que el “color carne” no siempre es igual o que la mezquita es como una iglesia, pero para musulmanes. Las ilustraciones de Màriam Ben-Arab enriquecen y embellecen la historia de amistad entre dos niños diferentes pero iguales al mismo tiempo.

En Mírame a los ojos se ve que se siente juzgada en su vida diaria por ser musulmana. ¿Sucede tan a menudo?

Todo el rato la gente te está persiguiendo como diferente o como extranjero y todas esas etiquetas llevan a que la gente te perciba como que no eres parte del grupo o que como eres mujer y musulmana, estás menos formada, que eres sumisa…

Yo vivo en Cataluña y a veces la gente que está hablando en catalán cuando se dirige a mí, se dirige en castellano. Cosas de este estilo te hacen ver que todavía queda trabajo por hacer.

Fue a un colegio católico por decisión de sus padres musulmanes y, por lo que cuenta, para usted parece representar la etapa más dulce de su vida. ¿Y eso?

Era un colegio en el que se respetaba muchísimo la diferencia y eso era muy importante. Los niños aprendían a respetarse, a compartir los valores de hacer las cosas bien y ya está. No había más matices. Eso estaba muy bien, porque no era obligar a todos los niños a ser iguales, sino entender las diferencias, valorarlas y respetarlas.

«A la Educación sobre diversidad le daría un suspenso. Es muy eurocéntrica y occidentalocéntrica»

Eso sí: siempre que tenía que hacer un trabajo de temática libre trataba de hacerlo sobre algo relacionado con el islam o el mundo árabe, porque “todo eso no se estudiaba en clase”. ¿Qué nota le daría a la Educación en España para aprender sobre la diversidad de culturas y religiones?

Para aprender sobre diversidad en general, un suspenso. Aunque se está haciendo cierto trabajo, al final todo queda muy cerrado a ciertos espacios: a Ética o a Historia de las Religiones o a la ‘semana temática’ de no sé qué, pero no hay una educación transversal en la diversidad. Pero en España como en tantos otros países que se consideran potencia. La educación es muy eurocéntrica y muy occidentalocéntrica y eso se nota mucho.

¿Por qué ha decidido hacer un libro para niños ahora?

Me dieron la oportunidad de hacerlo y es una cosa en la que yo, sinceramente no había pensado, porque no creo que sea el público con el que mejor trabajo. Pero me dieron la oportunidad y con Màriam [Ben-Arab, la ilustradora] nos entendimos muy bien. Y al final, el mensaje es el mensaje y tiene que llegar a cuanta más gente, mejor. Si llega a niños, perfecto.

¿Conocía a Màriam con anterioridad?

No nos conocíamos. Cuando nos vimos la primera vez y empezamos a hablar de las ideas, ella también tenía un montón de ideas. Cosas que yo no habría visto sola, pues ella sí. Al final, su padre es tunecino, pero su madre es catalana. Luego a nivel de ilustración, hay muchos detalles que a mí me encantaron.

«Mis compañeras cogían el naranja y pintaban clarito para que saliera color carne. Yo pintaba clarito y esa no era la piel de mis padres. Entonces apretaba y me salía naranja. Recuerdo esa frustración»

¿Leila, la pequeña protagonista, se basa en su propia experiencia?

Hay alguna de las escenas que sí que es algún momento que yo he vivido en la escuela, pero porque hay escenas que son muy inocentes. Por ejemplo, el momento en que Leila está pintando a sus padres y un niño le dice: “Esto no es el color carne”. Y dice Leila: “Es el color de la piel de mi madre”.

En la escuela nunca nadie me llamó la atención por eso. Pero yo recuerdo que mis compañeras cogían el naranja y pintaban clarito para que saliera color carne. Claro, yo pintaba clarito y esa no era la piel de mis padres. Entonces apretaba y me salía naranja, y era… ¡pero a ver! Recuerdo esa frustración.

La escena de cuando un adulto recoge a Héctor [,el amigo de Leila, del parque y le dice que se vayan porque allí no hay ningún amigo suyo], por suerte, no ha sido mi experiencia. Simplemente era mostrar que podemos aprender de la inocencia de los niños.

En esa escena incluye una frase diciendo que “los mayores muchas veces se equivocan”. Pero los padres que lean este cuento a sus hijos no querrán decirles que se equivocan “muchas veces”. Alguna vez, sí, pero muchas…

Es curioso, porque ni Màriam ni yo somos madres ni educadoras y en ningún momento pensamos en esa perspectiva. De hecho, es un proyecto que me ha costado bastante.

Pero sí que había madres en el equipo de editoras y en esa escena pensamos mucho en quién era esa persona que se llevaba a Héctor. Que no fuera una abuela, un padre… sino que fuera un adulto y que cada cual se imaginara lo que era. [La ilustración muestra cómo un adulto se lleva de la mano al niño, pero se ve poco más que el brazo del mayor].

Y sí, los mayores se equivocan a veces y a veces aprenden de los niños. Los mayores dicen barbaridades a día de hoy y al final los niños escuchan cosas de los adultos que les chirrían; no de los padres, porque lo que digan los padres [para ellos] va a misa. Y los mayores se equivocan y no pasa nada.

«Hay muchos padres que tienen miedo a la diferencia. También los padres marroquíes, que tienen miedo de que sus hijos crezcan en un entorno diferente al que ellos han conocido»

¿Y son muchos padres los que se equivocan con escenas como la del parque?

Sí, y eso no lo hacen solo los padres que son parte de la mayoría. No es solo un padre que no quiere que sus hijos jueguen con niños negros o con niños marroquíes, sino que hay muchos padres que tienen miedo a la diferencia. Pero también los padres marroquíes, que tienen miedo de que sus hijos crezcan en un entorno diferente al que ellos han conocido.

Usted nació en España y tiene la doble nacionalidad y, sin embargo, aquí la ven como marroquí y en Marruecos como española. Qué mareo, ¿no?

Sí, porque al final es como que en ninguna parte se entiende que puedas ser las dos cosas a la vez. Parece que tienes que decidir. Es verdad.

En Marruecos hay mucha gente que se fue de allí y lo entiende. En Marruecos no soy igual de española yo que lo que pueda ser un compañero de trabajo mío, pero aún así te ponen la etiqueta de española y aquí, no, al revés. Siempre en un grupo lo que te hace ser diferente es lo que más te destaca.

Cuenta que en su época de instituto se dio cuenta de que ser marroquí implicaría llevar consigo una serie de etiquetas: “más pobre, menos inteligente, más afable, más manipulable, con menos opiniones propias”. ¿Es así como le hacen sentirse habitualmente los españoles no musulmanes?

Yo no diría habitualmente, pero sí que hay situaciones en las que te sientes así. Te sientes como que te tienes que hacer escuchar más para intentar demostrar que no, que esas cosas no se te aplican. Y algunas veces notas como la sospecha de alguna gente, pero es normal.

Precisamente por eso es tan importante visibilizar esta normalidad. (…) El libro es una forma más [de hacerlo] y si hay falta de conocimiento, alguien tiene que hacer el esfuerzo de explicarlo.

«Cuando decimos ‘inmigrantes de segunda generación’ estamos diciendo que esas personas son también inmigrantes sin serlo. Es muy injusto frente a gente ha pasado por el proceso migratorio»

Lamenta el término que se emplea a veces de “inmigrantes de segunda generación, como si la condición de inmigrante se pudiera heredar” y, sin embargo, repite en diversas ocasiones la expresión de “hijos de inmigrantes” para referirse a sí misma o personas con similar situación a la suya. ¿Cuál es la diferencia?

Cuando decimos “inmigrantes de segunda generación” estamos ya diciendo que esas personas son también inmigrantes y se me etiqueta así sin serlo. Eso tiene una serie de implicaciones. Primero, que es muy injusto frente a gente ha hecho el proceso migratorio que yo no he hecho y hay muchas cosas que no conozco y no he tenido que pasar. Y luego, que no entendemos que la gente puede ser diferente sin necesidad de haber nacido en otro país.

Es muy importante que empecemos a entender que la diversidad está aquí, que no es que seas un inmigrante de segunda generación, sino que vienes de una familia de inmigrantes -evidentemente- pero que no lo eres también. Eres una persona catalana, española, de familia inmigrante. No es tanto las palabras concretas, que también, sino lo que pensamos cuando hablamos esa palabra.

Aicha, su madre, es la figura de referencia que más menciona en Mírame a los ojos. Migró desde Marruecos a Cataluña en los años 90 para trabajar y acabó fundando su propio negocio y -como dice usted- creando empleo. ¿Qué admira de ella?

Es muy valiente; es fuerte sin perder la bondad. Ella lo tiene y a mí me gustaría también tenerlo.

Valiente desde que vino, cosas que te cuenta de cuando estaba en Marruecos a su forma de trabajar… Un ‘no’ pocas veces le sirve, siempre va a intentar que sea que sí, siempre va a intentar hacer lo que pueda para que las cosas salgan y la mayoría de las veces salen. Es muy atrevida. Para mí es muy importante el hecho de intentar modificar las cosas.

Confiese: ¿Cuál es ese título que realmente le habría gustado ponerle a su primer libro y al que alude en los agradecimientos?

Me hubiera gustado “Corramos un tupido velo”, pero me comentaron que podía sonar como que estaba intentando ocultar algo y para nada era eso.

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